Hacedor de estrellas by Olaf Stapledon

Hacedor de estrellas by Olaf Stapledon

autor:Olaf Stapledon
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia Ficción
publicado: 1937-01-01T05:00:00+00:00


IX - La comunidad de mundos

1. Atareadas utopías

Llegó un tiempo en que nuestra recién descubierta mente comunal alcanzó tal grado de lucidez que fue capaz de ponerse en contacto aun con mundos que habían superado notablemente la mentalidad del hombre terrestre. De estas elevadas experiencias apenas guardo un borroso recuerdo, reducido ahora al estado de mero individuo humano. Soy como aquél que en los últimos extremos de la fatiga mental, intenta resucitar las más sagaces intuiciones de su perdida lucidez. Sólo recupera débiles ecos, y un vago encanto. Pero aun los recuerdos más fragmentarios de las experiencias cósmicas que me ocurrieron en aquel estado lúcido merecen ser registrados en estas páginas.

En los mundos que alcanzaban a despertar de algún modo, los acontecimientos se sucedían aproximadamente como describiré aquí. El punto de partida, se recordará, era la situación que hoy vivimos en la Tierra. La dialéctica de la historia mundial presentaba a la raza un problema que la mentalidad tradicional no podía resolver. La situación mundial se había hecho demasiado compleja para una inteligencia común, y exigía a los jefes y gobernados un cierto grado de integridad individual de la que sólo eran capaces unas pocas mentes. La conciencia había sido despertada violentamente de su primitivo estado de trance, y vivía ahora un extremo individualismo, un emocionante pero lastimoso autoconocimiento. Y el individualismo, junto con el tradicional espíritu tribal, amenazaba arruinar el mundo. Sólo luego de una larga y arrastrada agonía de perturbaciones económicas y maniacas guerras, mientras la visión de un mundo más feliz era cada vez más clara y obsesionante, fue posible llegar a la segunda etapa del despertar. En la mayoría de los casos ese despertar no sobrevenía nunca. La «naturaleza humana» o su equivalente en los distintos mundos no podía cambiarse a sí misma; y el ambiente no podía rehacerla.

Pero en unos pocos mundos respondió a su desesperada situación con un milagro. O, si el lector lo prefiere, el ambiente reformó milagrosamente el espíritu. De un despertar general y casi repentino se pasó a una nueva lucidez de conciencia y a una nueva integridad de la mente. Llamar a este cambio un milagro es solo reconocer que no podía haber sido previsto científicamente, aun con el más amplio conocimiento de la naturaleza humana tal como se había manifestado en los tiempos primitivos. A las generaciones más tardías, sin embargo, no le parecería un milagro sino un tardío despertar del estupor a la mera cordura.

Este acceso sin precedentes a la cordura tomaba al principio la forma de una generalizada pasión por un nuevo orden social, justo, y que pudiera abrazar todo el planeta. Por supuesto, ese fervor social no era enteramente nuevo. Una pequeña minoría lo había concebido en el pasado, dedicándose por entero a su difusión. Pero sólo ahora al fin, con el auxilio de las circunstancias y el poder del mismo espíritu, se extendía esta voluntad social por el mundo. Y con la pasión de esta voluntad, que hacía posibles los actos heroicos en seres apenas



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